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Novelistas de la industria del calzado y afines

¡ESCUCHANDO A MIS ZAPATOS!

Los estilos no solo se plasman, también van más allá de la imaginación… llegan bastante lejos.


Después de estar caminando durante seis horas por las calles de mi barrio, percibí sonidos extraños, los cuales no lograba descifrar de dónde venían. Paré un momento para afinar mi oído y en ese instante escuché con claridad la frase: “Por fin se detiene este señor”, y de inmediato le respondió otra voz: “Ojalá nos lleve a sitios más emocionantes”. De manera involuntaria, se elevaron mis cejas y se abrieron mis parpados; estaba aterrado porque el sonido salía de la parte inferior de mi cuerpo.

¡Oh, sorpresa! pensé, no podía creerlo, ¡mis zapatos hablaban! Si, así literalmente ¡hablaban!

Con sigilo y prudencia, me detuve a escuchar la conversación sin despertar sospechas por parte de ellos. Recuerdo bien su plática: “¿Cuándo podremos caminar por donde y como a nosotros nos gusta?” le dijo el derecho al izquierdo. “Sí, meternos en los charcos y saltar en ellos”, le respondió el derecho. Luego, uno de ellos refunfuñó: “Estoy cansado de que nos lleve a sitios tan aburridos; no soporto ir a la oficina y a esos bailes estúpidos con zapatillas horribles y vanidosas”.


El otro zapato, con un tono alterado, añadió: “¿Qué tal las madrugadas en las que nos hace acompañarlo a trabajar? y lo estúpido que es al pisar el popó de perros. ¿Por qué nos compró justo a nosotros, por qué no a otros?”.

Sorprendido por esta rebelión, decidí dejarlos libres y tomé la decisión de quitármelos a mitad de camino para seguir mi ruta, descalzo. Sin embargo, de manera discreta, observaba desde lejos para saber qué actitud adoptaban y ¡vaya sorpresa!, ellos tomaron rumbo contrario a gran velocidad, perdiéndose de mi vista.

Al llegar a mi casa, seguía mi asombro pues llegaron ellos unas horas después de mi arribo. Estaban irreconocibles, cubiertos de barro, sin los cordones y en una algarabía con carcajadas eufóricas. Cuando cesaron sus risotadas, el zapato derecho exclamó: ¡Qué bueno la pasamos, por fin libres! Luego, el izquierdo le respondió: “¡Disfruté zapatear las piedras y cruzar esos charcos tan profundos!”. Y, finalizaron diciendo: “¡Ay, que dicha, nos deshicimos de esos cordones que nos ahorcaban! Ojalá este señor no traiga esa horrible crema negra que no nos deja respirar bien”.

Esto que les cuento pasó en plena Pandemia. Ahora, ya no vamos a la oficina, cumplimos el aislamiento social y aquel par están guardados en mi vestidor. Anoche posé mi oído sobre la puerta para saber cómo la están pasando y al parecer me extrañan. Reconocí la voz del derecho cuando dijo: “Ese señor se lavaba poco las manos y no ha venido a buscarnos, ¿qué será de él?”. Sin embargo, se han hecho amigos de todo mi calzado y tremendas fiestas que están haciendo en ese vestidor. Yo estoy feliz, al fin mis zapatos adoptaron la capacidad de adaptarse a cada situación y ver lo positivo de la misma.




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